Tradición (del latín, "traditio, -onis"): transmisión, entrega, generalmente oral, de hechos históricos, costumbres... hecha de generación en generación, y que al estimarlo valioso se lega a las siguientes.
A gran parte de las personas mayores que resisten el paso del tiempo quizás les evoque el esparto jornadas de esfuerzos impuestos por las necesidades y rigores de antaño; también, seguro, llegarán recuerdos de calor entrañable. Como esas noches en que los críos debían picar –a diario- sus dos manojos de esparto. El padre necesitaba tener siempre disponible esparto “picao” para tejer las esparteñas pues el trasiego de las labores en el campo obligaba a reponerlas cada mes.
En el rinconcillo apartado de la cueva estaban aquellas garrafas envueltas en afinada pleita que recibían el vino de la última cosecha. La despensa guardaba las garrafas del aceite. ¡Qué mejor, si no, que una buena “bombona” de cristal (así denominada en la zona de El Campo de San Juan) en su pleita! Excelente para conservar el aceite que espera el encuentro con el pan candeal recién horneado. A su lado quedaban las otras garrafas, las de boca ancha, macerando las olivas en romero, tomillo o quizás saurija. Sobre la mesa de la cocina reposa el queso, amoldado en la pleita; a la hora de cenar alivia el cansancio y reconforta antes de ir a dormir. Y los melones colgados de las colañas en sus meloneros de guita, aguardando su momento próxima ya la Navidad.
¡Qué recuerdos tan duros aquellos de ir a coger la oliva con las mantas de esparto! 20 kilos de oliva suponían arrastrar un peso muerto de otros 20 o 25 kilos de esparto, con el agravante de que era incómodo moverlo y no se sabía por dónde coger las mantas.
Al calor de la lumbre se iban tejiendo las alfombras que atenuaban el frío y aportaban cierta calidez en el suelo. En pleno receso agrícola, largas tardes-noches invernales permitían urdir los capazos que, llevando las semillas al ir, recogían los frutos al volver. Salían, así mismo, de entre las manos artesanas, los tizneros y baleos que acogían las migas calientes en días lluviosos. Se entretejían las barjas que guardaban el tesoro del almuerzo y la comida para reponer energías en medio del intenso trabajo de la jornada.
El esparto, por razones propias es, sin duda, una forma de vida muy peculiar porque convoca todos los matices que lo hacen ser grande en resistencia, flexibilidad y perdurabilidad. Su "apellido" de "tenacissima" remite a su capacidad de mantenerse más allá de las adversidades; la presencia de agua en sus venas lo convierte en un material adaptado a cualquier función y tarea pues asombra la versatilidad que adopta; su perdurabilidad le hace viajar entre mundos remotos, actuales e ignotos.
Sí, sin duda ya entonces era un arte oculto, escondido tras el quehacer intenso y rudimentario de cada jornada hasta la puesta del sol. Quehacer que se iba tejiendo con el silencio, con la penumbra vespertina del candil, con el sacrificio cotidiano y con la escasez de facilidades que formaban su urdimbre. No fue casual aquella conversación que mantuve con Ramón hace años en la que me decía: “¿qué necesidad tiene usted de hacer esparto?, si supiera...” Era arte y no descubrimos nada nuevo. Era arte el sobreponerse y aceptar vivir, aunque no fuera más que porque no había otra cosa. Era arte y no nos pertenece, es un patrimonio de la Humanidad.
Aquí puedes ver algunas labores y el uso al que se solían destinar.
También una breve referencia a las herramientas necesarias para confeccionar las piezas.